domingo, 29 de mayo de 2011

LA ASCENSIÓN, UN NUEVO MODO DE PRESENCIA DE JESUCRISTO

La Pascua está llegando a su final, y el próximo domingo celebraremos la ascensión del Señor. A nosotros, que vivimos inmersos en el espacio y en el tiempo, nos resulta difícil comprender el significado de la ascensión de Jesucristo. A primera vista, Jesús se ha alejado de nosotros, como parece sugerir el libro de Los Hechos de los Apóstoles, cuando afirma que los discípulos "lo vieron elevarse, hasta que una nube lo ocultó de su vista". Pero, con palabras de Benedicto XVI, "el Jesús que se despide no va a otra parte, en un astro lejano. Él entra en la comunión de vida y de poder con el Dios viviente", y los discípulos "saben que la 'derecha de Dios', donde Él está ahora enaltecido, implica un nuevo modo de su presencia, que ya no se puede perder; el modo en que únicamente Dios puede sernos cercano". O lo que es igual, Jesús no se ha alejado de nosotros, sino que se ha metido más dentro de nuestra existencia y ha elevado nuestra vida hasta la esfera de Dios.
Es natural que los discípulos, fortalecidos con este nuevo modo de presencia, con esta cercanía divina nueva y permanente, se sientan seguros y vuelvan a Jerusalén (a la brega diaria) con la paz, la fortaleza y la alegría de quien se sabe en las manos de Dios y sostenido por Dios. Pronto, el día de Pentecostés, se sentirán inundados e iluminados por el Espíritu Santo, que los llevará a comprender las palabras y promesas de Jesús. Entenderán, al fin, aquellas sugerentes y misteriosas palabras: "Me voy, pero volveré a vosotros".
La ascensión nos dice que Jesús, a quien ahora sólo vemos con los ojos de la fe, sigue a nuestro lado con un nuevo modo de presencia: el modo propio de Dios. Y nosotros tenemos la misión de ser testigos y voceros de que, en Jesucristo, Dios nos ha dado la Vida que no acaba. Por eso, para nosotros, vivir no es caminar hacia la nada, y mucho menos deteriorarse al ritmo de los años. Para un cristiano, vivir es ascender, crecer cada día en el amor a Dios y al hombre y desarrollar la parte más noble que se nos ha dado: el espíritu. Esa es nuestra vocación, nuestra meta y nuestra mejor calidad de vida.

miércoles, 25 de mayo de 2011

LA PAZ DEL CORAZÓN

A lo largo de este tiempo de Pascua, cada vez que Jesús resucitado se hace presente entre los suyos, les desea la paz. Esa paz honda, que es un fruto del Espíritu y distingue a las personas que han acogido el Evangelio y tratan de vivirlo con seriedad y alegría.
La fuente última de semejante paz es Dios; nuestra confianza en Dios y la certeza de que nada se mueve sin su consentimiento. Dicha confianza nos lleva a examinar la realidad que somos y la situación concreta en la que vivimos. En la medida de lo posible, debemos pedir a Dios que nos ayude a ser lúcidos y a transformar aquellos aspectos que con no estén en consonancia con el Evangelio. Pero conscientes de nuestra limitación, tras intentar poner todo de nuestra parte, hay que ofrecérselo al Señor y abandonarse en sus manos. Y luego, confiar en el Señor y en las luces que Él nos vaya dando.
Estas actitudesde confianza en Dios y de aceptación sincera de la realidad que no podemos transformar nos permiten vivir con esa paz profunda de la que nos habla el Señor resucirado. Es posible que las aguas de la superficie estén turbulentas, como sucede a veces en el mar, pero en la hondura del alma se reflejará esa paz que necesitamos para ser testigos del Evangelio, para ser personas que transmiten paz a todos.

domingo, 15 de mayo de 2011

EL DIÁLOGO CONYUGAL

Uno de los problemas más serios del matrimonio es su fragilidad. Me refiero al matrimonio de las parejas que se casan por la Iglesia, con voluntad de mantenerse unidas hasta que la muerte las separe. Y esta fragilidad se debe, entre otras causas, a la falta de comprensión, de confianza y de diálogo.
Entre las claves del éxito de las parejas, una es la convicción de que el matrimonio perfecto no existe, pues siempre surgen dificultades que hay que afrontar y superar. Para ello, el diálogo es un medio imprescindible. Y otra calve para que una pareja funcione es el diálogo. Me refiero a ese diálogo sereno y cariñoso por el que se abre el corazón al otro. Considero necesario que los cónyuges dediquen cada semana un tiempo largo a dialogar de todo. Desde la sinceridad, la escucha cordial y la claridad evangélica. Marido y mujer profundizarán en su confianza inicial en la medida en que dialoguen y no oculten al otro nada de su vida y de sus sentimientos, salvando el secreto profesional y poco más. Y hay que dialogar especialmente de todos aquellos sentimientos o actitudes que puedan interferir en la relación de la pareja, también del acoso sexual explícito o implícito al que se ve expuesto cada uno de ellos. Además de clarificar las situaciones, conviene saber que se cuenta con el apoyo del otro. Pero la función del diálogo no se limita a prevenir o resolver problemas, sino que llega a convertirse en una fuente inagotable de alegría compartida y el mejor y más alegre pasatiempo.
Uno de los temas que se deben afrontar en este diálogo es la vida de fe: La inquitude religiosa, las dificultades para orar, la vida de cada día como expresión del amor que los une, la incidencia de la eucaristía en la vida familiar, la educación que se está dando a los hijos, el uso evangélico del dinero del que disponen...
Cuando se desarrolla con sinceridad, con asiduidad, con respeto y con claridad, el diálogo es el mejor recurso de que disponen las parejas para fortalecer su unión, para disfrutar de la misma y para santificarse.