viernes, 27 de septiembre de 2013

ECHARSE A LA CALLE

El Papa Francisco nos invita a los cristianos a salir a la calle para anunciar el Evangelio. Y como hay que predicar con el ejemplo, él lo ha hecho. Se ha saltado los protocolos habituales y ha realizado algo que muchos consideran inaudito: Ha dado una entrevista, que hemos leido miles de personas, creyentes y no creyentes. Además, fiel a lo que piensa que le pide Jesucristo a un Papa del siglo XXI, ha respondido con amor y respeto al fundador de un diario italiano, conocido por su agria crítica a la Iglesia, y también su respuesta ha visto la luz en la prensa. Seguramente animado por el testimonio de Francisco, también el Papa emérito Benedicto ha salido a la calle y ha respondido con no menos amor que solvencia intelectual a un prestigioso matemático ateo, que había publicado un libro, criticabdo la obra de J. Ratzinger, "Introducción al Cristianismo". Esta manera de exponerse abiertamente al juicio del lector medio de los periódicos y las revistas implican un modo más cercano de ejercer el ministerio de Pedro. Desean dialogar directamente, sin intermediarios, con el hombre de la calle y presentar el Evangelio como una llamada que se hace presente en el corazón de la existencia. En medio de las cosas que vivimos y experimentamos cada día. A mí, como sacerdote, me está invitando a proclamar el Evangelio con autenticidad y con un lenguaje más cercano. Para que el otro vea que aquello que anuncio tiene mucho que ver con su vida. ¡Con nuestra vida y nuestras experiencias diarias! Y lo que dará fuerza a mi predicación no serán el púlpito que utilizo, ni los títulos que tengo, ni los símbolos de poder con los que me presento, sino la autenticidad y fuerza interior de las palabras que proclamo. Hay que salir a la calle, a proclamar el Evangelio con nuestra vida y nuestras obras: en el hogar, en el trabajo, en el ocio. ¡En medio de la vida! Porque el Evangelio no es un añadido que tenga poco que ver con la vida de cada día y con sus afanes, sino que es el corazón y el alma de la misma.

viernes, 20 de septiembre de 2013

DIOS NOS AMA

Hace unos meses falleció una persona que acudía a charlar con mucha frecuencia. Junto a una fe profunda y chapada a la antigua, tenía una conciencia muy escrupulosa que le impedía vivir el seguimiento de Jesucristo con la paz que nos proporciona la certeza de que Dios nos ama. Y cada vez que, en nuestra conversación, le recordaba que Dios nos ama con la ternura de un Padre, se le iluminaba el rostro. ¡Dios sí que existe y nos ama! Es el núcleo central del Evangelio, que se nos ha dado a conocer en la vida, en las palabras, en la muerte y en la resurrección de Jesucristo. Es también el primer paso para desarrollar una espiritualidad cristiana profunda: la certeza de que Dios te ama, porque es rico es misericordia; porque es Amor. A pesar de tus pecados, de tus debilidades, de tus carencias de todo tipo. Para que este amor no se quede en una idea, es necesario tomar conciencia viva de su presencia y ternura en nuestra vida diaria. En todo lo bueno que nos sucede, descubriendo que son signos más o menos elocuentes de su amor; y en el sufrimiento de cada día, visto a la luz de la muerte de Jesucristo por nosotros, muerte en comunión con todos los crucificados. Porque el Señor no resuelve nuestros problemas ni nos libra de nuestros sufrimientos, pero está siempre a nuestro lado y nos da la luz y las fuerzas necesarias para poder vivirlos y superarlos. Una manera sencilla de profundizar en esta experiencia del amor de Dios consiste en revisar, al final de la jornada, todos los signos alentadores de su amor y su ternura que hemos vivido durante el día. Muchos creyentes suelen hacer examen de conciencia al final del día y se preguntan cómo se han comportado con Dios. Me parece bien y nos ayuda a conocer cómo es nuestra respuesta de fe. Pero ese examen sobre los pecados, tiene que ser completado por el otro que he señalado antes, por el recorrido de todos los signos de la presencia de Dios en nuestra vida. Porque un santo es una persona que ha descubierto que Dios la ama y vive ese amor con gratitud, confianza y alegría.

martes, 10 de septiembre de 2013

EL DESARROLLO DE LA VIDA INTERIOR

Hace algo más de dos años, falleció una anciana de la residencia en la que celebro la misa cada domingo. Su salud se fue deteriorando progresivamente, pero su respuesta a la parálisis progresiva y a las llagas que le salieron en las piernas y en los brazos era siempre la misma: ¡Bendito seas, Señor! Jamás perdió la sonrisa ni las palabras de aliento, dirigidas a las personas que tenía alrededor. Una mujer joven, que vrenía a misa a la residencia y la observaba con atención, me dijo un día: ¡Cómo me gustaría parecerme a esta señora cuando sea mayor! Recuerdo que le dije que si deseaba parecerse a ella un día, tenía que empezar ya. pues la bondad, la paz interior, la paciencia y el buen carácter no nos llegan de manera espontánea, sino que son fruto de un largo procesos interior que nos lleva a desarrollar lo mejor que hay en nosotros. En el caso de un creyente, es necesario conocerse, desccubrir los defectos más importantes que uno tiene y ponerse pronto a trabajar. Y como entre los defectos que uno tiene, siempre hay alguno que está por encima de todos, identificarle. A ese defecto, que puede ser la soberbia, o la ira, o la envidia, o el mal genio, san Ignacio de Loyola lo denomina la "pasión dominante". Una vez que se ha identificado, hay que adoptar una estrategia para someterla. Pero contando siempre con la ayuda de Dios y poniéndose en sus manos. Llevando a nuestra oración ese defecto y la lucha contra él. Pero quizá lo que más necesatamos es desallorar valores evangélicos que nos faltan. De igual manera, hay que adoptar una estrategia concreta y ponerse manos a la obra. Lo peor que le puede suceder a un discípulo de Jesucristo es limitarse a vivir cada día sin con contar con una meta y sin poner los medios necesarios para conseguirla. La vida interior es fruto de la acción del Espíritu que actúa en nuestros corazones, pero no se desarrolla ni progresa sin el esfuerzo personal.

lunes, 2 de septiembre de 2013

RECIBIREIS LA FUERZA DEL ESPÍRITU

Dentro de dos semanas, en torno al 14 de septiembre, estará en las librerías un pequeño libro que trata de ser un anticipo de un estudio más amplio en el que vengo trabajando. Tiene por título Recibiréis la fuerza del Espíritu, y lo publica la editorial CCS. A través de ocho capítulos, intento ayudar a descubrir que el protagonista de la vida de fe y la tarea evangelizadora es Espíritu Santo. Cuando no nos abrimos al don del Espíritu, nuestra proclamación del Evangelio se queda en la enseñanza de una doctrina; nuestros planes de pastoral, en mera organización humana; nuestra entrega, en puro voluntarismo; nuestra moral, en leyes que hay que cumplir; y nuestras comunidades, en grupos más menos organizados y eficientes.
El Espíritu Santo es el Aliento de Dios, el fuego de Dios, la alegría de Dios que ha entrado profundamente en nuestras vidas y las ha transformado. Los signos de su presencia, como decía san Pablo, son la alegría espontánea, el amor irresistible, la bondad sin condiciones, la paz a prueba de sufrimientos, la grandeza de alma... Cuando Él se apodera de nosotros y sostiene nuestra vida, nos convierte en personas contagiosas, capaces de expresar con todo nuestro ser que Jesucristo ha resucitado, que está vivo y camina a nuestro lado entre los avatares de la existencia diaria. Sólo entonces, cuando nos abrimos a la gracia del Espíritu, somos en verdad personas espirituales, que se abrevan diariamente en el corazón de Dios.