lunes, 12 de julio de 2010

LA FIDELIDAD

La fidelidad es un valor en baja. Para el pensamiento postmoderno y para las mentes relativistas, la fidelidad es una forma de intransigencia que dificulta la convivencia y el diálogo. Sin embargo, a la luz de la antropología personalista es uno de los valores básicos, porque nos hace libres frente a la moda y los caprichos; y nos hace dignos de confianza. Y lejos de constituir un obstáculo para la convivencia y para el desarrollo de la personalidad, es uno de sus elmentos más necesarios.
Los católicos sabemos que uno de los adjetivos que se le aplican a Dios con más frecuencia en la Biblia es el de fiel, porque es rico en fidelidad. Precisamente por ello, los salmos proclaman que es la roca sobre la que nos podemos apoyar. Y aunque nosotros seamos infieles, Él permanece fiel.
La fidelidad a Dios, a los valores que hemos descubierto y a la palabra que hemos dado no resulta fácil. Sólo una persona madura es capaz de vivir esta dimensión. Requiere entrenamiento diario, fuerza de voluntad y clarividencia. La fidelidad no se identifica con la rigidez ni con la terquedad. Consiste en ser personas verdaderas, que han convertido los valores éticos y humanos en algo así como su segunda naturaleza. Y sólo Dios, con su gracia entrañable y contagiosa, puede constituir la roca firme sobre la que se asienta nuestra fidelidad.
Es posible que alguien piense que no he sido fiel a mi compromiso de escribir cada semana sobre algún aspecto de nuestra vida y de nuestra fe, pues hace unos veinte días que no he escrito en este blog. Pero voy a repartir la culpa con la técnica (se me estropeó el ordenador y no conseguí hacerle funcionar hasta que recibí la ayuda de un técnico) y con mi condición de sacerdote (pues he estado acompañando a una peregrinación a Fátima. Una gozada). Precisamente el tema que ha guiado nuestra reflexión y nuestra oración en Fátima ha sido la fidelidad: yo como sacerdote, los matrimonios como parejas, y los solteros y viudos como personas y como cristianos.

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