miércoles, 25 de mayo de 2011

LA PAZ DEL CORAZÓN

A lo largo de este tiempo de Pascua, cada vez que Jesús resucitado se hace presente entre los suyos, les desea la paz. Esa paz honda, que es un fruto del Espíritu y distingue a las personas que han acogido el Evangelio y tratan de vivirlo con seriedad y alegría.
La fuente última de semejante paz es Dios; nuestra confianza en Dios y la certeza de que nada se mueve sin su consentimiento. Dicha confianza nos lleva a examinar la realidad que somos y la situación concreta en la que vivimos. En la medida de lo posible, debemos pedir a Dios que nos ayude a ser lúcidos y a transformar aquellos aspectos que con no estén en consonancia con el Evangelio. Pero conscientes de nuestra limitación, tras intentar poner todo de nuestra parte, hay que ofrecérselo al Señor y abandonarse en sus manos. Y luego, confiar en el Señor y en las luces que Él nos vaya dando.
Estas actitudesde confianza en Dios y de aceptación sincera de la realidad que no podemos transformar nos permiten vivir con esa paz profunda de la que nos habla el Señor resucirado. Es posible que las aguas de la superficie estén turbulentas, como sucede a veces en el mar, pero en la hondura del alma se reflejará esa paz que necesitamos para ser testigos del Evangelio, para ser personas que transmiten paz a todos.

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