domingo, 15 de mayo de 2011

EL DIÁLOGO CONYUGAL

Uno de los problemas más serios del matrimonio es su fragilidad. Me refiero al matrimonio de las parejas que se casan por la Iglesia, con voluntad de mantenerse unidas hasta que la muerte las separe. Y esta fragilidad se debe, entre otras causas, a la falta de comprensión, de confianza y de diálogo.
Entre las claves del éxito de las parejas, una es la convicción de que el matrimonio perfecto no existe, pues siempre surgen dificultades que hay que afrontar y superar. Para ello, el diálogo es un medio imprescindible. Y otra calve para que una pareja funcione es el diálogo. Me refiero a ese diálogo sereno y cariñoso por el que se abre el corazón al otro. Considero necesario que los cónyuges dediquen cada semana un tiempo largo a dialogar de todo. Desde la sinceridad, la escucha cordial y la claridad evangélica. Marido y mujer profundizarán en su confianza inicial en la medida en que dialoguen y no oculten al otro nada de su vida y de sus sentimientos, salvando el secreto profesional y poco más. Y hay que dialogar especialmente de todos aquellos sentimientos o actitudes que puedan interferir en la relación de la pareja, también del acoso sexual explícito o implícito al que se ve expuesto cada uno de ellos. Además de clarificar las situaciones, conviene saber que se cuenta con el apoyo del otro. Pero la función del diálogo no se limita a prevenir o resolver problemas, sino que llega a convertirse en una fuente inagotable de alegría compartida y el mejor y más alegre pasatiempo.
Uno de los temas que se deben afrontar en este diálogo es la vida de fe: La inquitude religiosa, las dificultades para orar, la vida de cada día como expresión del amor que los une, la incidencia de la eucaristía en la vida familiar, la educación que se está dando a los hijos, el uso evangélico del dinero del que disponen...
Cuando se desarrolla con sinceridad, con asiduidad, con respeto y con claridad, el diálogo es el mejor recurso de que disponen las parejas para fortalecer su unión, para disfrutar de la misma y para santificarse.

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