jueves, 6 de septiembre de 2012

LA ACTITUD DE LOS CATÓLICOS ANTE MARÍA, NUESTRA MADRE

Los católicos sabemos que María, la Virgen, es una criatura humana, una mujer en toda regla. No es divina ni es una diosa, y por eso no se nos ocurre adorarla, ya que sólo Dios es digno de adoración. Pero sí que la veneramos, en el sentido de que la tratamos con cariño y respteto, por sus santidad y por sus virtudes. Dios la eligió para Madre suya y, por especial privilegio, la conservó libre de todo pecado, del origuinal y de toda otra culpa. Y dado que también existen pecados de omisión, su fe en Dios la llevó a desarrollar plenamente todos los talentos recibidos para servir a Dios y a los hombres. Por eso decimos que es la cristiana cabal, la más lograda, el fruto más eminente de la Iglesia.
Nuestra veneración a María se traduce en un amor ardiente, ya que por su maternidad espiritual para con todos los hombres, nos cuida a cada uno con la solicitud y el cariño de una Madre. También se traduce en  invocaciones confiadas, pues sabemos que es salud de los enfermos, consuelo de los afligidos, refugio de los pecadores y auxilio de los cristianos. Y finalmente, en el deseo de imitarla: imitar su confianza en Dios, su servicio abnegado a los hombres, su fortaleza ante el dolor de ver torturado y ver crucificado a su Hijo, y su profunda humildad.
Para que nuestra veneración a la Virgen no se aleje de las Escrituras ni de la Tradición de la Iglesia, el Papa Pablo VI escribió una exhortación apostólica llena de amor y de sabiduría. Su título en latín es "Marialis cultus" y tiene mucho que enseñarnos sobre esa mujer de Dios a quien llamamos "vida, dulzura, esperanza nuestra".

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