viernes, 4 de octubre de 2013

NO OS DEJÉIS ARREBATAR LA ESPERANZA

La esperanza de la que hablamos los cristianos es la esperanza teologal, un don que se nos regala en el sacramento del bautismo. Ese don, cuando somos conscientes de su presencia en nuestro corazón, transforma nuestra existencia con su dinamismo. Si, por una parte, la cruda realidad del pecado y del fracaso de las utopías intramundanas nos induce a ser fatalistas sobre la posibilidad de conseguir un mundo más humano; por orta, la certeza de que Jesucristo ha vencido al pecado y a la muerte, nos lleva a esperar un futuro luminoso. Es verdad que ese futuro transciende y supera todas las espectativas históricas, pero también lo es que su fuerza trasformadora se adentra en los entresijos de la historia, la renueva y la empuja más allá de los fracasos y del pecado que nos oprime. Con otras palabras, la meta de nuestra esperanza es el encuentro con Dios más allá de esta vida, pero en la medida en que caminamos comunitariamente y decididos hacia esa meta, con la ayuda de la gracia divina vamos transformando la fuerza del pecado que nos ha sometido. Todo ello, con la fuerza luminosa del amor que Dios ha puesto en nuestros corazones. Aunque sea lentamente y con paciencia, la esperanza teologal vivida en plenitud nos lleva a humanizar la existencia. Porque la gracia de Dios nos libera también del egoírmo, de la apatía, del orgullo, de la violencia y del ansia de poder. Esta libertad interior desata nuestras mejores energías y nos convierte en artífices de esos cielos nuevos y de esa tierra nueva que se han hecho presentes en nuestra historia por la muerte y la resurrección de Jesucristo. Pero, sólo en la medida en que confiemos en el Señor resucitado, podremos mantener viva esa esperanza que nos transforma y nos hace capaces de transformar el mundo en que vivimos. De ahí que nos insista con tanta frecuencia y vigor el papa Francisco en que no nos dejemos arrebatar la esperanza. Esa esperanza que brota del Espíritu, que transforma nuestros corazones y que nos capacita para alumbrar un mundo diferente. Porque mediante la fe en el Resucitado, es posible vencer el pecado del mundo. Ese pecado al que podemos denominar egoísmo, avaricia, injusticia, indiferencia, explotación... Pues nosotros sabemos que la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que se nos ha dado.

1 comentario:

  1. Desde mi poquedad procuro ser un instrumento útil en las manos del Señor, abandonada a sus designios en la tarea de la salvación del mundo.Por fidelidad a mi Bautismo, me someto enteramente a su Voluntad y quiero ser una llamita que ilumine las oscuridades de este mundo.

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