miércoles, 11 de diciembre de 2013

UN SIGNO DE ESPERANZA

A lo lardo del Adviento, trato de buscar signos de esperanza en nuestro mundo, y la verdad es que son muchos los que descubro alrededor. Pero seguramente el mayor signo de esperanza para nosotros, los católicos, y también para numerosos personas que ni siquiera son religiosas, es la persona del papa Francisco. Cuando digo "la persona" me refiero también a sus palabras de cada día, a su estilo de vida y a su compromiso luminoso. Hay quien habla de sus gestos, pero personalmente no considero "gestos" los hechos que más llaman la atención por insólitos. No son "gestos" que realiza, sino su manera de ser y de vivir, en coherencia con el Evangelio que proclama. El Papa no realiza gestos, como si pretendiera llamar la atención; secillamente actúa en público y en privado como es y como vive, un creyente seducido por Jesucristo, consciente de que representa a Jesucristo porque, como decía san Pablo, sabe que es Jesucristo el que vive en él, y reconoce que "su vivir es Cristo". Muchos esperan que provoque un cambio profundo en la Iglesia, tanto en la forma de ejercer el papado, como en todos los demás niveles del Pueblo de Dios. Por supuesto que lo pretende, pues sabe que la Iglesia necesita convertirse y renovarse cada día, pero si queremos de verdad que cambie la Iglesia, tenemos que implicarnos cada uno y empezar por cambiar para bien nosotros mismos. No podemos limitarnos a ser testigos y espectadores, pues Iglesia somos todos y el cambio depende de todos y de uno. Por supuesto que "todo es gracia" y procede de Dios, pero también Dios mismo necesita que colaboremos con su gracia. Por eso es necesario que cada uno nos preguntemos en este tiempo de Adviento qué podemos hacer para que ese signo de esperanza que es el Papa Francisco no se quede en una estrella fugaz.

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