domingo, 19 de septiembre de 2010

Tiempo para orar

La fe no se agota en la oración, pero cuando la oración calla o se abandona, la fe desaparece. De ahí la importancia de disponer de un tiempo cada día para orar. Conviene concretar a qué hora y en qué lugar lo vas a hacer. Si lo dejas para el final de la jornada, corres el riesgo de que estés cansado o surjan imprevistos. Terminarás por abandonar pronto tu proyecto.
Cuando vayas a orar, procura hacer un acto de fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Toma conciencia de que estás en su presencia. Si tienes preocupaciones o inquitudes, procura empezar por contárselas y ponerlas en sus manos. Ya sabes lo que decía santa Teresa, que "orar es hablar de amistad con quien sabemos que nos ama".
También puedes centrar tu tiempo de oración en la lectura del evangelio del día. Eso sí, empieza por hacer un acto de fe en la presencia de Dios como te he dicho, y pregúntate luego que te ofrece Dios y qué te pide. Lo má importante es que consideres que te ama y está siempre a tu lado. Y termina pidiéndole ayuda para cumplir su voluntad.
Si quieres profundizar en el misterio de Dios, acude a la oración contemplativa, de la que dijo san Juan de la Cruz que es "olvido de los creado, memoria del Creador, atención a los interior y estarse amando al Amado". Ya hablaremos de ella otro día.

1 comentario:

  1. Gracias, P. Juan Antonio por esta reflexión clara, concisa y práctica. Con la oración centramos todo nuestro día en Jesucristo y, así, todo se puede convertir en oración. Sin oración, todo lo demás se puede convertir sólo en acción.

    El jesuita misionero en Alsaka, P. Segundo Llorente describía la oración de la manera siguiente. Me parece una descripción muy acertada, pues en la oración el protagonista es siempre Jesucristo.
    “Miren ustedes, yo comparo la oración con un hombre que sale con su perro al
    campo. Se sienta a la sombra de un árbol y se pone a leer el periódico. El perro se
    enrosca a los pies del amo y se está allí quieto. Pasa el tiempo y el hombre se levanta,
    porque el sol ha ido corriendo y la sombra ya no le cobija. Busca otro árbol y sigue allí
    su lectura. El perro abre primero un ojo, después el otro; olfatea, busca al amo y se va
    junto a él. Vuelve a echarse a su lado, y de nuevo queda quieto. No se dicen nada. Pero
    el amo está contento con la compañía de su perro, y el perro está contento junto al amo.
    Esto es todo”.

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