domingo, 17 de abril de 2011

TRES MANERAS DE ADENTRARSE EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

Estos días somos muchos los cristianos que tratamos de adentrarnos en el profundo misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Os sugiero tres maneras sencillas y fecundas. Después de tomar conciencia de que estamos con Dios, en la Presencia de Dios, con el deseo de encontrarnos con Dios, mediante la escucha de su Palabra, podemos hacer tres ejercicios. El primero, preguntarnos por la imagen de Dios que tenemos y por la imagen que nos presenta el profeta Isaías (42, 1-7; 49, 1-7; 50, 4-9; 52, 13-53, 11) y que se hace presente en Jesucristo: el Dios crucificado, que se transparenta en el rostro de todos los crucificados de la tierra, de los pisoteados, de los que mueren de hambre, de los ancianos abandonados, de los enfermos... Él nunca nos deja solos, y comparte nuestros miedos y dolores. El segundo, contemplar en las torturas y en la muerte de Jesús de Nazaret la fuerza destructiva del mal y adónde conducen el odio, la soberbia del poder, el egoísmo, la mentira, la traición de un amigo, la violencia... Y preguntarnos cada uno qué aportamos a la historia de cada día. Eso sí, conscientes de que el odio no tiene la última palabra, porque el Amor ha vencido al odio y ha desactivado al pecado y a la muerte. Algo que puede suceder también en tu corazón y en el mío, con la fuerza del Espíritu que habita en nosotros. El tercero, preguntarnos por el papel que estamos jugando en la pasión de Dios y en la pasión del hombre. ¿La indiferencia, que mira hacia otro lado? ¿La burla conformista de quien dice que el mundo es así? ¿La burla vengativa de quien disfruta cuando ve hundido al otro, al que ayer presumía de su poder y de sus bienes? ¿La rebeldía, que lucha desde dentro del propio corazón y en el propio corazón? ¿La misericordia de la Verónica? ¿La ayuda de Simón de Cirene? Lo importante es adentrarnos en el Misterio del Dios Amor, del Dios Crucificado, y a su luz, examinar también los abismos y la luz del propio corazón.

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