lunes, 15 de agosto de 2011

BIEN VENIDO, SANTO PADRE

Resultan curiosas y rebuscadas las razones que alega esa minoría que se opone a la visita de Benedicto XVI. Como entiendo que son personas inteligentes, no vale la pena que me entretenga en desmontar sus pretextos inconsistentes. Pienso que la mayoría de los españoles, también muchos que no son creyentes, sabe valorar la importancia de esta visita, que va a llevar el nombre de España y de Madrid a todos los rincones de la tierra, y va a hacer resonar el nombre de Jesucristo en nuestros hogares. Desde aquí, le doy mi humilde bienvenida, querido Santo Padre.
Porque es usted un hombre sabio, de esos que necesitamos hoy, porque nos enseña a pensar y a analizar este momento en el que estamos viviendo. A buscar las raíces de su malestar y el horizonte que nos puede hacer más humanos
Porque su oposición razonada a todo tipo de guerras, también a la de Libia y a la de Afganistán, es un soplo de aire fresco para los que creemos en la no violencia y en el diálogo.
Porque ha tenido el coraje de denunciar la situación de hambre que sufren millones de personas en nuestro mundo, y ha sabido decirnos que la causa radical de la misma no es la falta de alimentos, sino la gran falta de valores y de voluntad política de los países ricos.
Porque es un hombre de Dios, que ha tenido el coraje de denunciar también los casos de corrupción dentro de la Iglesia, que ha pedido perdón a las víctimas en diversos encuentros, y ha impulsado que se les haga justicia y que se les preste toda la ayuda necesaria.
Porque sabe decir a nuestros jóvenes, y a toda persona de buena voluntad, que lo nuestro no es estar contra el mundo moderno, sino abrir caminos de justicia, de fe y de esperanza en medio de este mundo tan complejo. Por eso, nuestros jóvenes no roban comercios, ni destruyen el mobiliario urbano, ni recurren a las drogas, ni se presentan como indignados contra todo, sino que son portadores de un mensaje de esperanza, de amor y de alegría, también para el hombre actual.
Porque ha sabido presentar a Jesucristo al hombre de hoy, con el rigor que requiere una inteligencia fina y cultivada, y con la pasión de quien ha descubierto que Dios es una fuente de vida inagotable.
¡Bien venido, Santo Padre! Y gracias por su testimonio, por sus enseñanzas y por los sacrificios que implica este viaje para una persona de su edad. ¡Bien venido a nuestras casas, a su casa!

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