miércoles, 7 de marzo de 2012

MORIR Y RESUCITAR CON JESUCRISTO

La cuaresma nos invita a reavivar nuestra fe, a actualizar nuestro bautismo y a renovar nuestras promesas bautismales. Una manera útil y sencilla de dar estos pasos consiste en traer a nuestra memoria lo que ha sido nuestra vida a lo largo del año, desde la celebración de la última Vigilia Pascual. Especialmente, aquellos acontecimientos que han significado algún cambio importante en nuestra existencia y en nuestras tareas diarias. La vida es muy compleja y seguramente haya de todo: cambios que nos han caído bien; y cambios que nos han contrariado. Generalmente son éstos últimos los que nos ayudan más a conocernos y profundizar en nuestra experiencia de fe.
Lejos de ser tropiezos que nos hacen vacilar, cuando se viven desde la fe y en la fe son ocasiones de renovación interior. Permiten que muera la autosuficiencia y el egocentrismo, y que brote el hombre nuevo. En lugar de apoyarnos en nuestras fuerzas, iniciamos la etapa del abandono, que nos lleva a acrecentar nuestra confianza en Dios y a seguir los caminos que Él nos señale. Uno se da cuenta ahora de que los caminos de Dios no son nuestros caminos; y de que, en la vida, llega un momento en el que se nos invita a aceptar con alegría caminar de la mano del Señor, hacia donde Él trate de llevarnos.
Es la etapa del desprendimiento y del abandono total en las manos del Señor. Lo importante es que esta nueva etapa esté impregnada de confianza, de alegría, de paz interior y de esperanza, porque es el momento propicio en el que hemos empezado a intuir y a vislumbrar el sentido más hondo y apasionante de nuestra existencia: Caminar gozosos al encuentro con Dios y con todas las personas queridas, entre las que están aquellas que nos ayudaron a buscar el rostro de Dios y a pasar por el mundo haciendo el bien.

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