jueves, 14 de marzo de 2013

MIS CAMINOS NO SON VUESTROS CAMINOS, DICE EL SEÑOR

Ha llegado a la silla de Pedro un hombre a quien nadie esperaba. Nadie más que Dios. Y por supuesto, yo tampoco. Los que mejor le conocen, nos han dicho que huele a cocina barata de un pequeño apartamento, a autobús, a enfermos que están solos, a pueblo... Cuando le vi asomado al balcón de san Pedro tuve una sensación de profundo descocierto: Estaba allí, sólo, sin hacer ningín gesto, sin pronunciar una palabra, con su sotana blanca y su cruz pobre sobre el pecho. Estaba a cuerpo limpio, a merced de Dios y en presencia de todos los que habíamos acudido material o virtualmente a la cita. Intuí en su figura la fe honda y la serena grandeza de quien se sabe en las manos de Dios, para servir a los hombres. Una fe honda, provocadora y, a la vez, sobria. Toda una lección de fortaleza interior, de limpieza de corazón y de disponibilidad de quien se sabe totalmente en las manos de Dios, sin otros recursos que el Espíritu Santo.
Es otro Papa y otro estilo, siempre desde las mismas raíces evangélicas. Y tengo la profunda intuión, o quizá el deseo, de que vamos a contemplar dimensiones sorprendentes e inéditas de la fe. Pues la catolicidad  de la Iglesia no se limita a hacer presente el Evangelio en todo el mundo, sino también en todos los tiempos  y  en todos los entresijos de la historia. La manera de hacerlo es vivir el Evangelio con autenticidad, porque la gente no rechaza al Evangelio, sino a esas tradiciones humanas que, como los fariseos del tiempo de Jesús, nosotros hemos antepuesto al Evangelio.
Con su formación jesuítica, el primer Papa jesuita, es un hombre de frontera, que seguramente arriesgará por abrir caminos nuevos; pero con su formación jesuítica, será también un hombre libre, que confíará siempre en la fuerza transformadora del Evangelio. Al menos, esa es la sensación que yo tuve cuando le vi sereno y aparentemente desvalido en el balcón de san Pedro. ¡Más que desvalido, a merced de Dios, y pidiendo a todos ayuda para desempeñar este ministerio que le han encomendado!  

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