martes, 26 de marzo de 2013

LA PASIÓN DE JESUCRISTO Y LA PASIÓN DEL HOMBRE

El domingo se proclamó la pasión y muerte de Jesús en la eucaristía. Esa proclamación, para la comunidad reunida, tiene una fuerza transformadora cuasi sacramenral, pero necesita tiempo y sosiego, necesita reposo para calar en el corazón de cada uno. Por eso es conveniente volver sobre el relato de la pasión que ofrece san Lucas y releerlo despacio. Para captar su sentido profundo, hay que preguntarse quién es la víctima, por qué es torturada y muere, y quiénes son -mejor, quiénes somos- los verdugos. Pues más allá de la superficie de los acontecimientos, se juega la suerte del mundo, en un encuentro dramático entre el amor de Dios y la libertad del hombre. Jesús llevó el amor hasta sus últimas consecuencias y se dejó mattar para liberarnos del pecado y de la muerte. Él ha resucitado y ahora camina a nuestro lado.
Y fue el mismo Jesús quien nos dijo que donde sufre una persona, Él sigue sufriendo. Su pasión se prolonga en el dolor de las mujeres maltratadas; en la desesperanza de los parados; en la angustia de los ancianos y de los enfermos crónicos, que se sienten desvalidos y solos; en la tragedia de los padres que no saben cómo ayudar a sus hijos hundidos en la droga; en los niños de las parejas separadas que cada fin de semana tienen que coger su maleta y marchar a casa del padre o de los abuelos y ya no saben cuál es su hogar; en todos los maltratados por la vida. Es la pasión de Jesucristo, que se prolonga en la pasión del hombre.
Y tenemos que preguntarnos qué papel jugamos cada uno en ese drama. Porque podemos estar en el papel de las víctimas, pero también en el papel de los verdugos y de los que acrecientan el sufrimiento de los otros con su indiferencia y con sus burlas, o quizá en el de los que tratan de aliviar el sufrmiento de sus hermanos, como Simón de Cirene, como las mujeres que protestan ante la injusticia que se está cometiendo con Jesús, como su madre que sigue sus pasos hasta llegar al Calvario, como María Magdalena, que no se separa del Maestro hasta que lo ve espirar...  Porque ante la pasión del hombre, que es parte de la pasión de Cristo, nadie puede permanecer neutral.
 

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