martes, 2 de abril de 2013

NO OS DEJÉIS ROBAR LA ESPERANZA

En su homilía del domingo de ramos, el papa Francisco nos decía a los católicos: "No os dejéis robar la esperanza". Esta invitación se puede convertir en el núcleo de nuestra vivencia de la fe a lo largo de los cincuenta días que nos ofrece la Iglesia para meditar y adentrarnos en el misterio de la resurrección de Jesucristo.
No os dejéis robar la esperanza, poque Jesucristo ha resucitado verdaderamente y este acontecimiento es el comienzo de la "nueva creación". Los cielos nuevos y la tierra nueva que esperamos han irrumpido ya en la historia. La fe nos los muestra concretados en la persona de Jesús de Nazaret, que está presente en el seno de la Santa Trinidad y que, al mismo tiempo, nos acompaña cada día entre los avatares de la existencia.
No os dejéis robar la esperanza, porque el mal ha sido definitivamente vencido. Y eso quiere decir que tú, yo y cada uno de los humanos podemos "buscar los bienes de arriba" y ver cómo emergen en nosotros, de lo que era un "corazón de piedra", esos talentos que teniamos enterrados y que fructifican como valores y posibilidades que nos eran desconocidos a nasosotros mismos.
No os dejéis robar la esperanza, porque los gestos de amor que brotan de nuestra fe, aunque parezcan tan  insignificantes como un grano de mostaza, pueden desencadenar movimientos de liberación y de vida que transformen la historia humana. Es lo que nos enseñan las semillas evangélicas que sembró Dios en san Juan Bosco, san Juan de Dios, san Vicente de Paúl, san Camilo de Lelis y santa Juana Jugan. Su aportación ha arraigado en la historia humana y sigue fructificando en un mundo de sombras y de pecado. Como el árbol plantado al borde de la acequia, no dejan de dar fruto de amor y de servicio a los que nadie quiere.
No os dejéis robar la esperanza, porque el Evangelio sigue teniendo un enorme poder de seducción para el hombre. Pero es necesario proclamarlo abiertamente, con obras y con palabras. En lugar de perder tiempo en condenar y criticar a nuestro mundo, tenemos que habituarnos a hablar más con Dios y a hablar más de Dios. Que se note que no somos el freno, sino la vanguardia de Dios en el mundo; los portadores del sí, de la alegría, de la esperanza y de la vida.  

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