jueves, 18 de abril de 2013

EL ROSTRO HUMANO DE DIOS

El hombre de todos los tiempos ha deseado saber quién es Dios y cómo es Dios. Digo "el hombre de todos los tiempos", porque el ateísmo es un fenómeno minoritario en el yiempo, que surge en etapas decadentes de la historia, como la etapa final del imprerio romano o la etapa actual de Europa. En la Biblia, este deseo de conocer a Dios se pone de manifiesto en expresiones tales como "muéstrame tu rostro, Señor", "tu rostro buscaré, Dios mío", "no me escondas tu rostro"...
Para los cristianos, Jesús de Nazaret es el rostro humano de Dios, su imagen más perfecta y más lograda. Y es Él mismo quien dice: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre". Por eso, a la luz de Jesucristo, muerto y resucitado, los cristianos analizamos todo lo que las sagradas Escrituras nos han dicho y nos dicen sobre Dios. Con otras palabras, Jesucristo es el filtro que nos permite limpiar de adherencias históricas el rostro de Dios, y adentrarnos, si bien de forma siempre muy limitada, en el Misterio insondable que denominamos Dios. Digo "insondable", porque Dios es siempre mayor y más sorprendente de cuanto podamos vislumbrar con nuestra inteligencia y con nuestro corazón. Ni siquiera "los ojos de la fe", o sea, la inteligencia emocional templada en la oración, nos permite "ver" a Dios. Por eso, los pensadores medievales hablaban de que sólo podremos comtemplar a Dios cuando Él mismo nos dote de la "luz de la gloria", de una visión trasformada por la fe y por el amor, más allá del espacio y del tiempo.
A la luz de Jesucristo, podemos afirmar con firmeza que Dios es rico en compasión y en misericordia; que es liberador, porque nos libera de todo lo que nos impide amar y ser humanos; que es el valedor y protector de los pobres, el único que los protege y los ama de verdad; que es el futuro del hombre, porque creamos o no, todos vamos a su encuentro; que es solidario con el hombre, porque nos creó por amor y, al hacerse hombre en Jesucristo, está siempre unido a todos y a cada uno de los hombres; que Dios es la Bondad total y el Anti-mal; que es una comunión de personas en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo; y que -y ésta es la expresión suprema y más certera- Dios es Amor.
Sólo hay una manera de adentrarse en cada una de estas afirmaciones para saber qué significan, y consiste en el trato personal con Él, un trato en el que participa el hombre total, con sus sentidos, con su inteligencia, con sus sentimientos y con su su corazón. Pues sólo quien trata habitualmente con Dios sabe realmente algo del Quién más hondo de Dios.  

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