lunes, 29 de abril de 2013

VI UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA

El aspecto más profundo de la presente crisis es la falta de valores. La enorme corrupción, la insolidaridad, los sueldos desmesurados junto al paro galopante y la pobreza extrema son algunas consecuencias del mal de fondo que nos aflige: el olvido de Dios y la consiguiente falta de valores.
El libro del Apocalipsis nos habla de un cielo nuevo y de una tierra nueva. Son el fruto primero de la fe en el Resucitado. Y los creyentes no podemos esperar a que ese cielo nuevo y esta tierra nueva caigan de lo alto ni tampoco diferirlos a un futuro remoto. Pueden y deben comenzar a despuntar ya en nuestro mundo. Ante el fracaso del comunismo, primero, y del capitalismo, después, la fe cristiana nos anima a apostar por una economóa de comumnión, que ponga a la persona en el centro de interés y de mira. Una economía nueva, respetuosa con el medio ambiente y al servicio de la persona. Una economía que se aleje de la ingeniería financiera y que se centre en la producción de los bienes necesarios. Es la que se deduce de la doctrina social de la Iglesia.
Tenemos que inventarla entre todos, porque no les interesa en absoluto a los actuales dueños del mundo y porque ningún gobernante va a tratar de llevarla a la práctica. Desde siempre, los amor del mundo buscan principalmente asegurar su poder y su dominio, sin importarle el carácter ético o nada ético de los medios que se empleen.
Dicha economía tiene que empezar a fraguarse en los hogares y en la escuela, poniendo al amor como base de la existencia y del desarrollo humano. Sin una educación para amar y para dejarse amar, en el sentido evangélico de esta palabra, no saldremos del fondo cenagoso en el que se debate la sociedad actual. La resurrección de Jesucristo nos asgeura que el Espíritu Santo, que derrama el amor en nuestros corazones, nos libera de todo lo que nos impide amar. Y sólo desde ahí veremos brotar esa tierra nueva de la que nos habla la Palabra de Dios. Seguramente no llegaremos a erradicar el mal de nuestro mundo, porque Dios nos ha hecho libres y la tentación nos acecha cada día, pero sí que lo haremos retroceder significativamente.       

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