viernes, 27 de febrero de 2015

SE TRANSFIGURÓ

Jesús va con los Doce camino de Jerusalén. Es su última subida a la ciudad donde mueren los profetas. La gente le ha abandonado y Él presiente que está cerca su hora. Viendo todo lo que se le viene encina, desea preparar a los discípulos, para que el impacto de su detención, su pasión y muerte sea menor. Pedro acaba de confesar que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Una respuesta que ha puesto en sus labios y en su corazón el Espíritu Santo. Pero, aunque lo ha confesado así con los labios, no acaba de entender lo que ha dicho. Jesús trata de explicarles que es el Mesías Siervo, que cuando lleguen a Jerusalén le van a detener, a torturar y a quitarle la vida. Los discípulos no acaban de creer que nadie pueda quitar la vida al Maestreo, al que ha dado vista a los ciegos e incluso ha resucitado a los muertos. Pero le ven preocupado y ésto los inquieta. Ante la cercanía de su pasión, Jesús busca refugio en la oración y se lleva consigo a tres Apóstoles. Dicen que, a medida que oraba, se transfigura su persona. A medida que miraba con los ojos de Dios lo que estaba por venir, recobraba su serenidad y su paz, hasta el punto de que parecía otro. Y en medio del silencio del monte, los apóstoles se contagiaron de aquella luz, y escucharon en su corazón una voz que le decía: Éste es mi Hijo muy amado, escuchadle. Es la fuerza transformadora de la oración, que nos pone en la presencia de Dios y nos lleva a mirar la cruz de cada día con los ojos de la fe. Porque la oración nos transfigura, nos acerca a Dios y nos lleva a mirar todo con los ojos de Dios. Con los ojos de la fe.

1 comentario:

  1. Sin la fuerza transformadora de la Oración y sin la certeza de que Dios es nuestro Padre y que podemos dirigirnos a Él y llamarle ABBA, nuestra vida sería insoportable.
    Ayer, asistí a la presentación de El Libro de la Felicidady, el ponente ,que estuvo brillante, el Rvdo. Dr. D. José Mª García Paniagua, nos dijo entre muchas cosas, que la auténtica felicidad es posible si vivimos como hijos de Dios y respetamos a los hermanos...¡qué bonito!
    Un cordial saludo, Profesor. Afectísima MªJosé Bermúdez.

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