lunes, 28 de noviembre de 2011

REAVIVAR LA ESPERANZA

El tiempo de Adviento nos invita a abrir nuestro corazón a Jesucristo, y las lecturas de la misa nos animan a centrar nuestra mirada en la venida del Señor. A lo largo de la primera semana, se fijan en la última venida de Jesucristo, cuando vendrá sobre las nubes del cielo al encuentro de la humanidad. A partir del día 17, nos invitan a meditar su primera venida, el nacimiento de Jesús en Belén. Y entre esta primera venida, que conmemoramos el día de Navidad, y la última, como Juez universal, al final de los tiempos, la Iglesia nos recuerda una tercera: la que acontece cada día en el corazón de los creyentes. Porque Jesucristo está viniendo diariamente en su Palabra, en la Eucaristía, sacramento del Perdón, en los diversos acontecimientos y, de manera especial, en cada hermano dolorido que nos encontramos por la vida.
Por eso, el Adviento es tiempo de esperanza. Pero un gran número de personas han cerrado su corazón a Dios y ya no esperan nada ni de Dios ni de los hombres. Dicen que venimos de la nada y que vamos camino de la nada, de la desaparición total. Otras viven en la superficie de las cosas y sólo espera placeres efímeros y metas perecederas. Por eso han convertido la Navidad en una especie de fiestas del invierno.
Por supuesto que me preocupa y me duele esta cultura cerrada a la esperanza y a un futuro digno de tal nombre. Pero también me preocupa el desaliento de numerosos cristianos, entre los que hay muchos sacerdotes, que se quejan de que la Iglesia se ha cerrado al mundo moderno, en el que sólo ve males y no ve signos de la presencia del Espíritu. Por se resigna con volver a las formas devocionales del pasado y a encerrarse en los templos. Aunque hablan de evangelización más o menos nueva, no tienen verdadera esperanza. Quizá porque sólo esperan que cambien los demás. Pero la esperanza es el don gratuito que Dios nos regala a cada uno cuando nos recuerda que estamos llamados a ser santos y que también hoy contamos con la fuerza del Espíritu Santo; cuando nos invita a reconocer nuestro pecado y a cambiar de vida; cuando nos anima a aportar nuestro grano de mostaza para que el mundo cambie... Porque las grandes transformaciones de la historia comienzan en el corazón del hombre. y ese hombre somos cada uno. Como nos dijo Juan Pablo II, tenemos que abrir de par en par el corazón a Jesucristo. ¿Que cómo se puede hacer? Ya hablaremos otro día.

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