miércoles, 7 de diciembre de 2011

ABRIR EL CORAZÓN A JESUCRISTO

Al comienzo de su pontificado, Juan Pablo II invitó a los jóvenes, y a todos los cristianos, a abrir de par en par las puertas a Jesucristo. La pregunta que se hacen numeronas personas es ésta: ¿Como puedo abrir el corazón a Dios? Se me ocurre un conjunto elemental de sugerencias que te pueden ayudar en este cometido.
La primera consiste en reflexionar, analizar tu vida y eliminar del corazón todo lo que puede ser un obstáculo a la presencia de Dios: ambiciones, envidias, orgullo, rencores, falta de sinceridad para con los demás y para contigo mismo, superficialidad... Por propia experiencia, sé que los resultados, más que una conquista humana, son un regalo de Dios. Algo así como el resplandor de su Presencia en tu alma. Pero es necesario que tú reconozcas tus pecados con humildad y que le pidas al Señor que limpie tu espiritu de todo mal y de toda actitud contraria al amor.
La segunda, intensificar tu deseo de hallar el rostro de Dios. Y como nos dice san Pablo que Cristo es el rostro de Dios vivo y la impronta de su ser, intensificarás tu deseo de ver el rostro de Dios, en la medida en que profundices en el conocimiento de Jesucristo: leyendo y meditando cada día el Evangelio; estudiando cuanto enseña sobre Él el Catecismo de la Iglesia Católica; preparando la celebración de la Eucaristía del domingo (¿Qué pide la Iglesia a Dios en la oración colecta? ¿De qué le vas a pedir perdón? ¿Por qué le vas a dar gracias? ¿Para quién le vas a pedir su ayuda? ¿Qué te dicen las lecturas?...); Y finalmente repitiendo pequeñas jaculatorias a lo largo del día: Oh Dios, Tú eres mi Dios, por tí madrugo; Señor, ven en mi auxilio; Padre, me pongo en tus manos; creo, Señor, pero aumenta mi fe; gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra...
La tercera, dedicar unos minutos al final de la jornada para descubrir qué te ha ofrecido Dios a lo largo del día; cómo ha salido a tu encuentro en las personas con las que has tratato; y cómo has tratado tú a las personas con las que te has cruzado o con las que has convivido
Por fin, seguir pidiendo con el salmista: "Tu rostro buscaré, Dios mío; no me escondas tu rostro", "Como busca la cierva corrientes de agua viva, así te busco yo, Dios mío"; "Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme...

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