viernes, 18 de mayo de 2012

LA ASCENSIÓN, UNA INVITACIÓN APREMIANTE A LEVANTAR NUESTRA MIRADA A DIOS

El libro de Los Hechos de los Apóstoles narra el acontecimiento de la Ascensión del Señor con un lenguaje sencillo, acomodado a la mentalidad de su tiempo. Dice que Jesús comenzó a elevarse al cielo, y que los disdípulos se quedaron sobrecogidos mirándolo, hasta que una nube lo ocultó a su mirada. Con el cielo y la nube, símbolos de la divinidad, nos quiere indicar que Jesús sigue vivo "en el ámbito de Dios". Y como Dios, está presente también entre nosotros, en lo más profundo de cada uno. O lo que es igual, no es que se haya marchado más lejos, sino que se ha adentrado más en el corazón de los creyentes.
De ahí que la fiesta de la Ascensión sea un motivo más para fortalecer nuestra fe, nuestro amor y nuestra  esperanza. Sabemos que el Resucitado está presente en la comunidad reunida, en el corazón de cada uno de los creyentes y en nuestra celebraciónes. Es Él quien nos habla en la Liturgia de la Palabra, quien nos alimenta en la Eucaristía, quien nos perdona los pecados en el sacramento del perdón y quien acompaña a las personas casadas en la apasionante aventura de su matrimonio. ¡Siempre, claro está, en comunión con el Padre y con la acción vivificadora del Espíritu!
Por ello, la Ascensión no es una especie de despedida del Señor Resucitado, para que volvamos a la vida de cada día hasta que nos llegue la muerte. Es una invitación apremiante a "ascender" en la existencia que nos ha tocado a cada uno. Es decir, a levantar la mirada hacia Dios y vislumbrar, con "los ojos de la fe", su presencia amiga en nuestras alegrías y en nuestros dolores; en nuestros fracasos y en en nuestros éxitos. A "transcendernos" y superarnos en el amor concreto y operativo a los demás. A levantarnos, soltando laste para adentrarnos, con la fe y con el deseo, en el ámbito de Dios. A despojarnos de orgullo, ambiciones y todo sentimiento negativo que nos esclaviza y nos tortura. Con otras palabras, es una invitación a poner en juego lo mejor de nosotros mismos, los talentos que tenemos enterrados. Y la manera de lograrlo consiste en acoger al Espíritu y dejar que nos transforme, para que podamos decir con san Pablo: Vivo yo, pero no soy yo; es Jesucristo quien vive en mi.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario