jueves, 24 de mayo de 2012

VEN, ESPÍRITU DIVINO

Para un seguidor de Jesucristo, Pentecostés no es sólo la celebración ritual de la primera venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Es también un tiempo de gracia, una nueva oportunidad de abrirse a la luz, a la misericordia y a la bondad de Dios, que se sigue derramando sobre el corazón de los creyentes. Por la fe, sabemos que el Espíritu Santo habita en la comunidad cristiana y en el corazón de los creyentes, y que nos enriquece con sus dones y  sus  frutos. Pero la celebración de Pentecostés tiene un significado especial, como oferta generosa y renovada del amor de Dios a sus hijos.
Con palabras de Sa Cirilo de Jerusalén, cuando el creyente profundiza en el deseo de Dios y le pide el fuego de su Espíritu, Éste "llega mansa y suavemente, se le experimenta como finísima fragancia... Se acerca con los sentimientos entrañables de un auténtico protector, pues viene a salvar, a sanar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar el alma". La paz interior, la alegría, la amabilidad, la fortaleza y la grandeza de alma que experimentamos en este encuentro con Dios son signos muy elocuentes de que Él ha llegado a lo más profundo de nuestro ser.
Esta nueva intensidad de su presencia no se agota en el ensimismamiento de quien vive encerrado en sí mismo, sino que se traduce en una actitud nueva ante el mundo y ante los demás. Es Él, el Espíritu, quien nos llena del fuego de Dios y de sus palabras de vida frente a la injusticia, a los atropellos de los débililes por parte de los fuertes y a todo sufrimiento humano. Porque renueva nuestra fe, para que miremos con los ojos de Dios cuanto sucede en el mundo; renueva nuestro amor, para que corramos en ayuda del hermano herido y abandonado; y fortalece nuestra esperanza, para que, conscientes de que el pecado y el mal ya han sido vendidos por la cruz de Jesucristo, sigamos apostando y trabajando por el hombre.       

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