jueves, 16 de mayo de 2013

VEN, ESPÍRITU DIVINO

El domingo 19 de mayo, los católicos celebramos la fiesta de Pentecostés. San Lucas narra, en el capítulo segundo de Los Hechos de los Apóstoles, el acontecimiento que celebramos: la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, que estaban reunidos en oración, con María, la Madre de Jesús. Aquella experiencia de fe marcó el comienzo de la vida de la Iglesia, que se sintió llena del Aliento de Dios y se lanzó a la calle a proclamar que Jesucristo ha resucitado, está vivo y es el Sñor; y que, por la fe en Él, todos sus seguidores quedamos justificados y  transformados en hombres nuevos.
La celebración de esta fiesta supone, para cuantos la vivimos con fe, una honda renovación interior. Aunque ya está presente en nuestro corazón el Espíritu Santo, que se nos dio en el Bautismo, ahora se actualiza y se  intensifica dicha presencia. Sucede algo similar a lo que acontece con el amor que tenemos a una persona querida cuando nos visita y nos sentamos a departir con ella: Ese amor, que ya estaba ahí, se acrecienta y se hace más vivo y consciente. Algo similar ocurre con el Espíritu Santo cuando celebramos Pentecostés. Con palabras de san Cirilo de Jerusalén, "llega mansa y suavemente, se le experimenta como finísima fragancia, su yugo no puede ser más ligero. Fulgurantes rayos de luz y de conocimiento anuncian su venida. Se acerca con los sentimientos entrañables de un auténtico ptotector, pues viene a salvar, a sanar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar el alma, primero de quien lo recibe; luego, mediante éste, las de los demás".
En este sentido, afirmamos que las celebraciones de los misterios de la fe (nacimiento del Señor, Pascua, Pentecostés...) tienen una eficacia sacramental sobre el espíritu del creyente. Siempre que el sujeto que los celebra tenga la debida preparación, producen nuevamente en él los frutos de aquello que se celebra hoy.

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